Memories — w/ Cain

Pensó que iba a ser un día tranquilo, tenía idea de ir a disfrutar la brisa de la tarde leyendo un libro que le había regalado su padre. Todo comenzó como ella quería, porque llegó a la orilla del lago, y se sentó en un árbol que estaba ahí cerca, apoyando su espalda contra la madera. Observó un rato su alrededor para tratar de conectarse a la naturaleza, como a ella le gustaba hacer. Sacó el libro, con intenciones de releer aquella historia típica del detective que logra encontrar al criminal, pero lo que no tenía de típico eran las maneras que utilizaba el protagonista para encontrarlo.

Pasaron diez minutos y todo iba normal, pero esa normalidad se cortó de tal manera que a Becca le costó procesarlo. Un grupo de chicos, tres chicos, más altos que ella se acercaron a molestarla. Comenzaron a decirle cosas que insultaban su sangre mestiza y su situación económica, a tal punto que decidió levantarse y marcharse de ahí, pero no pudo terminar de levantarse siquiera porque uno de ellos la agarró de los pies, y el otro de los brazos. Becca empezó a gritar, desesperada, pero nadie la ayudaba, ¿quién iba a ayudar a una mestiza pobre?

Y como si fuese liviana como una hoja de árbol, la lanzaron al lago, a las aguas que estaban tan frías que sentía cómo le costaba respirar al salir a la superficie. Buscó a sus alrededores y aquellos matones se estaban yendo, riéndose a carcajadas como si hubiesen cumplido un logro. Al buscar, se percató que también lanzaron su libro y una mueca de lástima apareció en su rostro. Lo tomó, y trató de salir de las aguas del lago, temblando y tiritando.

Una vez que llegó a las orillas, se sentó en el pasto, con ganas de llorar, más por su libro empapado que por ella. Se secaría si pudiese, pero los encantamientos no eran su fuerte, y seguramente solo lograría secarse apenas. No quería entrar al castillo, ni moverse de ahí, porque tenía miedo de encontrarse con esos abusones, así que decidió esperar un rato, abrazada a sus rodillas, rogando no morirse de hipotermia, al menos unos minutos hasta que se asegurara que no se iba a cruzar a esos tipos.

El libro de Parkinson le había abierto los ojos a Caín. Descubrió más de lo que esperaba sobre la maldición que aquejaba a su familia, y aún le continuaba dando vueltas a si tenía que contárselo a sus hermanos o no. Su objetivo principal era que ninguno de los dos muriese, pero ya lo veía muy poco probable que eso no ocurriese. Aún no se había decidido en cómo debía proceder con respecto a su familia, especialmente con sus dos hermanos menores. ¿Debía hablar? ¿Guardarse los descubrimientos para sí mismo? No quería que ninguno de los dos muriese, aún eran demasiado jóvenes y tenían una vida por delante como para tener que convertirse uno de ellos en homicida y el otro quedarse a plantar malvones.

Necesitaba tomar un poco de aire y despejarse, sin importar la hora que fuese. A esa hora ya no había clases con las que pudiese llegar a distraerse, se tenía a sí mismo y nada más. Los extensos jardines parecían una buena opción para caminar hasta tomar una decisión y regresar al castillo.

Nunca ocurrió.

Al llegar cerca del Lago Negro, se encontró con una figura nadando dentro. Aún no hacía la temperatura idónea para darse un chapuzón, se debía estar helando dentro. Se quedó esperando a una distancia prudencial de la orilla, hasta que se percató de quién se trataba. ¿Esa era Rebecca? Se debatió sobre lo que hacer. A pesar de que se suponía que habían hecho las pases, no estaba demasiado seguro de querer seguir ululando a su alrededor, no quería quedar como el patético desesperado que seguía detrás de su ex… y aún así se acercó a ella, con la cola entre las patas.

— ¿Cómo está el agua? —Preguntó tras debatirse durante un momento cómo debía comenzar la conversación.

Tenía una relación ambigua con el colegio. A veces lo odiaba, y a veces, lo amaba. Lo odiaba ahora mismo, cuando afrontaba situaciones tensas y violentas con gente imbécil. Todavía no le entraba en la cabeza por qué molestarla simplemente porque era Rebecca. Por su forma de ser, por su pasado, su historia. ¿Qué tenían de divertido? La gente esa era morbosa, y eso le molestaba, y hacía que odiara al colegio de a momentos.

Quería esperar a que se marcharan, y a secarse un poco, porque no quería cruzarse con Vic y contarle qué era lo que había pasado, porque no se encontraba con ganas de hablar del tema ni de preocupar a la gente por algo que no tiene sentido. Además, Blackburn se lo merecía, porque no sabía defenderse, y era débil. O eso era lo que creía.

Trató de conjurar un hechizo para secarse, pero como era obvio, no funcionó. Apenas y su cabellera dejó de gotear, y su ropa dejó de estar pegada a su cuerpo, pero el uniforme seguía empapado. Y el clima no ayudaba, pues se estaba aguantando las ganas de tiritar.

Sus ojos estaban perdidos en su reflejo del lago, y su cabeza se preguntaba muchas cosas, pero aquellas preguntas fueron interrumpidas por una presencia peculiar, que la hizo sobresaltar. — Caín. Hola. — Todavía sentía cierta electricidad al verlo, y no dejaba de sentirse culpable por lo que le había hecho a él. — Puede estar mejor... — Se encogió de hombros, sintiéndose idiota por dejar que él la vea así. — ¿Qué te trae por aquí? — Trató de desviar el tema, porque no quería hablar de su chapuzón.

Caín se contuvo de preguntarle que si necesitaba algo de ayuda; simplemente no se le ocurría qué era lo que podía haberle pasado. No le apetecía ser demasiado entrometido en su vida, ya le había quedado en claro que no lo quería junto a ella y no pensaba insistir.

— El castillo a veces hace que me sienta un poco encerrado, necesitaba tomar un poco de aire. —Mencionó, aunque no estuvo ni cerca de mencionar su verdad. No iba a confesar que necesitaba tomar una decisión con respecto a los mellizos y que lo hacía para acabar de esclarecer sus ideas. Sería hablar demasiado y, más importante aún, contarle cosas sobre su familia que nunca le había mencionado, no porque no quisiera, sino porque lo había dejado antes de que todo aquello explotase—. Asumo que tú querías nadar un rato… aunque no es la mejor época para meterse al lago. —Intentó bromear un poco, aunque la risa le salió más bien forzada—. ¿Has visto al calamar? —Decían que desde la noche de Halloween no lo habían vuelto a ver por allí.

Se acercó más a la rubia y, durante un momento, dudó si podía permanecer allí o no. Se sentía como un completo idiota, si Eve lo viese de esa manera ya estaría burlándose de él.

— ¿Me puedo sentar contigo? —Soltó al fin. Si le decía que no, dejaría de hacerse el patético y daría vuelta sobre sus pasos. Quizá podría ir donde el sauce boxeador a contemplar sus ramas moviéndose de aquí para allá.